Estaba
sentada en la estación del tren, esperaba abordar ese vagón que venía con
retraso. De vez en cuando flaqueaba al pensar si subía o
no, lo pensaba una y otra vez si seguía mi instinto. ¿Realmente debía irme a
otro lugar y comenzar una nueva vida? ¿Un lugar donde viva sin mentiras? Esas
preguntas no se apartaban ni un momento de mi.
Mi
corazón estaba desecho, mi alma lloraba en silencio, no era lo que imaginé, su
amor no era sincero. Escondía muchas cosas que no logré descifrar
mientras estuvimos juntos, como pudo fingir lo que sentía.
Pero
todo quedará atrás, mi corazón latirá de nuevo, mi alma se tranquilizará y
saldrá fortalecida. No quise pensar más y caminé hacia el bar
de la estación, me senté en una mesa, pedí café y panecillos dulces mientras
esperaba la llegada del tren.
De
repente alcé la vista, allí estaba él, aquel hombre que había visto un par de
veces en el aeropuerto. Sus canas iluminaban su rostro, sus ventanas azules se
abrían para mí, se cruzaron nuestras miradas una y otra vez, no sabía porque,
pero ese hombre me inquietaba. ¿Será el destino que nos lleva a encontrarnos de
nuevo?
Quedó
ese pensamiento en mi mente, era extraño conseguirlo en lugares diferentes.
¿Sentirá él la misma incertidumbre? Pareciera que sí, su mirada es profunda,
como si me buscara en su mente, quizás se preguntaba donde me había visto,
porque estaba en ese lugar, será que pensaba en esa jugada del destino que nos lleva a encontrarnos otra vez.
Sin
darme cuenta, envuelta en mis pensamientos, cuando levanté la mirada, ya estaba
parado allí, delante de mí, mirándome intensamente. ¿Quién eres pensé en ese
momento, porque me agitas de esta manera? Sentí una energía tan fuerte que me
hizo olvidar donde estaba. Me dijo, hola linda, un placer saludarte, ¿puedo
invitarte un café? Su caballerosidad me sorprendió, me gustó su voz, era
melodiosa, dulce.
Por
un momento no supe que decir, me quede paralizada, de pronto su voz me hizo
regresar en el tiempo cuando preguntó, ¿interrumpo tus pensamientos? Fue cuando
reaccioné y dije, no, solo pronuncié un no, estaba totalmente nerviosa, parecía
una adolescente pero no me asustaba, más bien me generaba seguridad, paz,
tranquilidad.
Al
final pude controlar todos esos sentimientos y ahora fui yo quien preguntó.
¿Nos conocemos verdad?, él sin titubear un momento dijo si, ya nos hemos visto
en el aeropuerto. Me da gusto conocerte, ¿me aceptas el café?, claro, contesté.
Comenzamos
hablar de su vida y la mía, de lo que le gustaba él y de cómo percibía yo la
vida. Sin darnos cuenta pasó el tiempo, era como si nos conocíamos de otra
vida, ni siquiera notamos que el tren
había partido.
Y
ahora que hacemos, he perdido mi destino. No, ese no es tu destino, yo también
debí abordar ese tren que nos dejó. Creo que el universo se ha confabulado para
que estemos aquí en este momento, estoy seguro que existe una razón, dijo.
Era
extraño todo aquello que pasaba, nos fuimos caminando lentamente mientras
conversábamos de una cosa y otra. Nos hospedamos en una posada cercana, modesta
pero acogedora, pasaron las horas y no queríamos separarnos, ya tarde cada
quién se marchó a su habitación con una intranquilidad inhabitual, ambos
estábamos con las emociones envueltas en un remolino de sentimientos, esa noche
no pude dormir, estoy segura que él
tampoco.
Me
inspiraba ternura, emoción, seguridad, me sentía protegida cuando estaba a su
lado, parecía el hombre de mi vida. No quería ilusionarme de nuevo y sufrir
otra decepción, no lo conocía, pero a la vez sí, es como si siempre había
estado con él, pero de repente sentía temor. Así, con esas contradicciones
dentro de mí, pasaron los días entre conversaciones, caminatas a la luz de la
luna y cenas bajo un techo de estrellas.
Vivimos
días intensos, románticos, tan llenos de felicidad que una noche sin pensarlo y
sin evitarlo, decidimos darle rienda suelta a esa pasión que nos quemaba, fue
mágico y hermoso, cada momento era único e irrepetible, ninguno de los dos
habíamos vivido algo tan intenso, tan autentico.
Sus
manos se posaron en mí y sus labios abrazaron los míos, acarició cada
centímetro de mi cuerpo, no dejó lugar sin descubrir. Yo me embebí con el sudor
de cuerpo y saboreé cada gota de su néctar que me hizo levitar por largo tiempo,
era como el licor que bebían los dioses que los hacia inmortales.
Nos
impregnamos de sensualidad y erotismo,
de fuego y ternura, de un sentimiento tan intenso que dominaba nuestra
voluntad. Hicimos el amor una y otra vez hasta que quedamos rendidos ante
aquella pasión que desbordábamos los dos.